Saludos. La continuación la estaré subiendo en los próximos días.
Hasta luego.
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Cercanías del río Buriganga
(Dhaka, Bangladesh)
3 años antes de la Actualidad
Estaba realizando un paseo matutino por la zona de Sadarghat – Gabtoli, cerca de unos de los puertos más congestionados de toda Dhaka. He estado en países ruidosos, pero este estaba entre los primeros cinco sin duda alguna. Siempre había algo extraño en estos lugares bullosos. No sabía si era por mi trabajo o simple paranoia, pero donde hay grandes concentraciones de personas es donde suelen haber muchos problemas. Con cada pisada, sentía que algún loco me saltaría encima. Andaba nervioso y no podía controlarme. El sol sofocaba al igual que una corbata antes de entrar al despacho de tu jefe. Algo me asfixiaba ¿pero qué? Lo olores se mezclaban con los sueños de los habitantes. El aroma pintoresco de los turistas pintaban las callejuelas de prosperidad para los negocios locales. Pero en el medio de tal algarabía consumista, estaba yo. Pegajoso por el calor, con un aspecto terrible, como el de un hombre a punto de vomitar. Pero no sentía nauseas. Mis ojos estaban vacilantes. Posándose en las cientos de caras que pasaban frente a mí. La brisa marina calmaba mi frustración. Resultaba curioso. El aire transportaba el salitre, el polvo y a más personas, pero logré calmarme o al menos, eso me repetía a cada instante para no ceder ante mi locura pasajera.
El agente Foley estaba a unos seis pasos detrás de mí; me seguía como si fuera un guardaespaldas que le daba espacio a su protegido. Desde que salimos, permanecía callado y distante. En realidad no era un tipo de muchas palabras, pero con sus miradas penetrantes me sacaba de mis casillas como si estuviese parloteando sin parar. Él en esos momentos era como la sombra que siempre quise tener. Me seguía a todos lados pero estaba dispuesta a luchar junto a mí y no a permanecer detrás.
Había transcurrido una semana desde aquella noche; sin embargo sentía que pasaron varios años. Desperté en una camilla dentro de una tienda a las faldas de una enorme montaña perteneciente a la Cordillera del Pamir. El lugar donde me atendieron era un desastre, en parte por mi culpa y mi urgencia de último minuto, pero no había más sitio. Me extrajeron la bala rápidamente, pero no tengo recuerdos de ello. Foley me contó que realmente me las vi muy mal durante el viaje en el helicóptero. Perdí mucha sangre y por poco moría. A pesar de que sobreviví, no me siento tan afortunado. Lo único que recordaba de esa noche eran las balas, las explosiones, a mí amada Victoria llamándome… Necesitaba terminar con todo esto pronto. Le faltaba poco a mi locura de convertirse de pasajera a permanente.
La pista que nos trajo hasta Bangladesh, más que un acercamiento parecía un tremendo farol. No encontramos nada en el Hotel Imperial Eclipse a pesar de la información extraida de los discos duros de las laptops en Tayikistán. Los videos de las cámaras de seguridad mostraron a Mikhail marchándose del lugar un día antes de nuestra llegada a Bashundhara City. Sentí que nos habían tomado por idiotas, aunque no todo estaba perdido. Aún quedaba una carta por jugar. Esa mañana fuimos por esa carta.
Llegamos a un puesto de frutas en el sector del mercado donde únicamente comercializaban con alimentos. Foley se dirigió al vendedor que estaba frente a nosotros que nos miraba con unos ojos llenos de odio, le habló en árabe. Lo que le dijo fue algo serio, pues el rostro de aquel sujeto cambió al instante. La facilidad de Foley con el idioma árabe me sorprendió. Sabía que Foley era un hombre sumamente preparado, pero no imaginaba cuanto, por algo a él no lo hirieron en el combate, como a mí. Me sentía como una carga para el equipo. Pasaron unos eternos tres minutos para que luego entráramos a una trastienda. El vendedor me arrojó una mirada de desaprobación mientras emitía un chasquido con su boca. Una vez dentro en la trastienda, era como estar en un lugar completamente diferente. Venta de frutas por fuera, un centro de vigilancia por dentro.
Frente a nosotros estaba nuestro contacto en Bangladesh: Ahmed Al-Hassan. Estaba en un diván rojo, algo cochambroso y de pésima tapicería. Lucía ese aspecto de terrorista involuntario. Cejas pobladas, nariz alargada, barba inmensamente frondosa y cuidadosamente retocada, adornada con sonrisa “inocente” que te hace desconfiar con tan sola verla. Todo un tipejo era Ahmed. Conocido en la agencia por sus trabajos “sucios” pero útiles. Aún no teníamos código verde para proceder, pero que diablos, ya estábamos frente a él. Debíamos de hacer algo. Al cuerno los protocolos y procedimientos, teníamos que atrapar a Mikhail antes que perdiéramos su rastro.
—Caballeros, tomen asiento —dijo con cortesía. Su pronunciación del inglés sonaba gracioso. Luego de toser débilmente prosiguió—: Se dice por las calles que andan buscando a un ruso muy escurridizo. Quizás tenga información de esa persona que están buscando pero puede que sea otro ruso…
Foley y yo no movimos ningún músculo. Después de respirar lentamente, continuó:
—Su gobierno estará en deuda con mi gente si decido ayudarlos.
Foley me observó por unos instantes, me estaba presionando. ¿Por qué demonios era yo el que tenía que tomar las decisiones difíciles? Resoplé débilmente. Finalmente le respondí:
—Si capturamos a Mikhail, puede que reconsideremos su petición.
Ahmed comenzó a reír, mientras que unos guardias armados con un par de Kaláshnikovs también lo hicieron. Yo también me hubiese reído si fuese recordado como hacerlo.
—Que chistoso eres americano —dijo sonriendo—. Ustedes y su humor tan… peculiar. Pero, me parece que esta vez se encuentran en una posición desventajosa.
—Ya has trabajado con nosotros —intervino Foley—. Necesitamos esa información Ahmed. Es un asunto de seguridad nacional.
—Es un asunto de seguridad nacional —dijo mofándose con una voz chillona—. Ustedes a veces se pasan de listillos, lo sé… sí que lo sé muy bien, pero la última vez que trabajé contigo fue por el largo lazo de amistad que nos une. En esta ocasión se trata de algo sumamente diferente, Foley. ¿Recuerdas Beirut? Esto no es lo mismo. No hay que unir los vínculos de amistad con los de los negocios. El trabajo y la hermandad son ámbitos tan distintos… esto se me escapa de las manos, créanme —dijo sonriendo.
Foley y yo permanecimos en silencio nuevamente. Éramos los únicos encargados de este caso. Nuestros superiores en la NSA deberían estar tomando champaña en la tina mientras nosotros estábamos en el otro lado del mundo muriéndonos de calor en la trastienda clandestina de un contrabandista, a punto de firmar un cheque que nuestros traseros jamás podrían pagar. Pero así era el extraño mundo de la política internacional. Un par de ceros en una cuenta bancaria y toda la información sobre uno de los peores terroristas del planeta aparecía ante tus ojos casi como por arte de magia. Era como entrar a jugar en un casino sabiendo que vas a ganar una mísera cantidad, comparada con las fichas que invertiste. A fin de cuentas, el dinero no provenía de nadie en específico. Los recursos casi infinitos que manejaba nuestra organización eran sorprendentes. Cientos de miles de millones de dólares circulaban por las manos de las agencias de espionajes para ser gastados en placeres de personas idiotas con delirios de grandeza. Ahmed estaba harto de siempre cooperar con nuestro gobierno y recibir prácticamente una basura. En esta ocasión estaba dispuesto a llevarse una buen parte de la tajada.
Mientras Foley hacía las conexiones satelitales con los encargados en Maryland, yo recordaba el por qué hacíamos esto. No encontraba muchas respuestas, en vez de eso, mi cabeza se llenó de interrogantes. Eran demasiadas para contenerlas. Cerré los ojos y suspiré.
Al poco tiempo, nos entregaron varias carpetas sobre los últimos movimientos de Mikhail en Dhaka. Al parecer estaba haciendo tratos con un sujeto latino de nombre: Mariano Jiménez Briceño. Un empresario venezolano de escasa fama internacional para no mencionar que era casi nula. ¿Qué diablos estaba pasando realmente? ¿Qué clase de tratos podría tener Mikhail Rudnov con un sujeto tan lejano a su país de origen? Era conocido el trato que tenían los rusos en territorio venezolano, pero todo era legal. Incluso parecía haber una extraña competencia con China por controlar aquel país caribeño. Debíamos investigar a ese sujeto cuanto antes.
Foley envió la información al cuartel general. Ahmed enseñó sus maltratados dientes con una sonrisa burlona. Luego nos dirigió la palabra con su exótico acento.
—El sujeto que buscan se encuentra actualmente en el Museo Nacional. Está ubicado en la zona “moderna”. Estúpidos empresarios —balbuceó—, creen que por tener dinero ya tienen el derecho de cambiar a nuestro país, han transformado ese lugar en lo que se conoce como la zona europea —después de exhibir sus dientes en una mueca de enfado, comentó en un tono más calmado—: Sin duda ese ruso que buscan no saldrá de ese territorio. Si toman la ruta del Bazar Bakshi llegaran en unos quince minutos. ¡Dense prisa!
—¿Qué hay del venezolano? —pregunté irritado por el calor y ese extraño olor empalagoso de incienso con miel. En ese momento, sí sentía las ganas de vomitar.
Ahmed se acarició la barbilla, luego llamó a uno de sus encargados y este le susurró algo al oído. Luego dijo:
—Partió hace doce horas rumbo a Birmania.
—Maldición, ¿Qué estará tramando ese sujeto? —respondí.
—¡Lynch! —Exclamó Foley—. ¡Debemos irnos! Nos esperan en la avenida. Debemos dar con Mikhail cuanto antes. Ya emití la observación de ese tal Briceño. Ya lo investigaran, por ahora debemos cumplir con nuestra misión y largarnos de este sitio.
Luego trancó su celular, guardó la laptop y se puso de pie.
Nos despedimos de Ahmed sin ninguna clase de estima. Nos reiteró que nos volveríamos a encontrar con él muy pronto, pero sabía que él era un hombre muerto. Tanto dinero para una información que puede que no nos sirviera de mucho, eso no les gustará a los supervisores. Para esas situaciones existían los grupos donde estaba el capitán Sullivan. Marines, miembros de los SEALS, soldados de la elite especializados en silenciar a serpientes rastreras.
Salimos del bazar esquivando comerciantes, compradores locales y extranjeros. Pasamos varios puestos de frutas, pescados y muchos artesanos. Al llegar a la avenida. Un taxi amarillo con verde de carrocería vetusta nos esperaba. Un aparente chofer lleno de paciencia que escuchaba con atención una vieja melodía hindú, era en realidad uno de nuestros agentes asignado a laborar en el extranjero. Había llegado de Bombay la noche anterior. Y ya estaba listo para la acción. Otro jugador más en esta partida de espías.
—Soy el Agente Ranjit Krishnan —dijo.
—Agentes Foley y Lynch —respondió mi compañero de aventuras, mientras le pasó la carpeta con la información reciente obtenida.
—Podrás leer luego —le dije al instante—, necesitamos ir a la zona europea. Al Museo Nacional específicamente.
—¿No puedo leer pero si puedo llevarlos a un paseo turístico?
Lo vi por el espejo retrovisor con ganas de golpearlo. Él me desafió mi mirada con la suya. Foley intervino para limar las asperezas.
—Ranjit, el objetivo fue visto por última vez en ese lugar.
—Lo supuse —dijo poniendo en marcha el motor del auto, luego ajustó el cristal y volvió a verme directamente—. Es que no me acostumbro a las ironías norteamericanas.
Permanecí en silencio. Discutir con un compañero era lo último que deseaba en esos momentos. Deje caer mi cabeza contra el cristal mientras atravesábamos la parte pobre de la ciudad hasta llegar a la zona repleta de lujos. El panorama era completamente distinto. La jungla de concreto estaba llena de arboles cristalizados llenos de vida robótica programadas para el consumismo. Las lianas eléctricas parecían venas flotantes que recorrían por todo el distrito europeo. Al fondo de tantas estructuras arquitectonas aprecié el famoso Banga Bhavan, el impresionante palacio presidencial.
Durante ese viaje turístico, Foley me despertó de ese trance hipnótico en el que había caído y me otorgó una pistola. Se trataba de un arma sencilla con su silenciador. El silenciador lo guardé en un compartimiento especial que me facilitó Foley, era uno de esos estuches portátiles que se amarraba en el tobillo fácilmente. Lo bueno de andar en un país poco seguro, es que podías entrar en casi cualquier lugar con un arma encima, y gracias a un dispositivo que nos dieron los chicos de informática y electrónica de la NSA, podíamos alterar los escáneres de una manera sencilla.
Llegamos a la calle Shahbag sin contra tiempos. Frente a nosotros se alzaba un largo y algo envejecido, edificio color mostaza. Poseía unos ventanales con una forma un tanto extraña en lo alto. A sus laterales, y como guardianes, unos inmensos arboles lo custodiaban; estaban alrededor de un pequeño jardín cuyo límite con la calzada estaba representado por una hilera de pequeñas vasijas de cerámica muy coloridas. En el centro del camino, estaba un asta con la bandera de Bangladesh que ondeaba con muchos ánimos. Tenía más energía que yo, en ese momento. Los turistas y ciudadanos locales entraban y salían del Museo Nacional de Bangladesh. Parecía que estaban regalando algo, pues las personas iban en grupos numerosos. A simple vista no había rastros de Mikhail, pero encontrarlo en el complejo no sería tan sencillo. Ranjit solicitó apoyo a los hombres de Ahmed y los envió a las salidas del museo. Nosotros fuimos directamente a la entrada principal. Yo me detuve junto a unos cañones que databan del siglo XVII mientras Foley permaneció junto a la puerta y Ranjit parecía buscar a nuestro objetivo entre el grupo de turistas.
Al poco tiempo de estar parado como un vigilante de alguna discoteca barata, un hombre menudo y con turbante nos habló en árabe. Se trataba de uno de los informantes Ahmed Al-Hassan. Nos contó que Mikhail fue visto por el Kabi Jashim Uddin Hall y que iba en dirección al Edificio Administrativo.
Yo no tenía ni puta idea a donde dirigirnos para dar con el rápidamente, Foley sacó su teléfono y comenzó a realizar una búsqueda satelital mediante el uso de mapas virtuales mientras que Ranjit, después de frotarse su barba nos dijo que tenía una idea. Su plan era simple, dar la vuelta a todo el sitio y encontrarnos con Mikhail por el sur. Justo por la oficina de correos. No me pareció algo muy confiable pero yo no tenía nada mejor que ofrecer.
Demoramos unos diez minutos, pero finalmente llegamos a la oficina de correos. En el momento en que nos dispusimos a bajarnos del taxi, lo vimos. Un hombre bajo, de apariencia cansada y mirada de asesino. Barba puntiaguda con gruesos bigotes, ambos poblados de canas. Su rostro era el de un hombre agotado, que usaba sus últimas reservas de energía para cambiar al mundo. Era imposible no pensar en la palabra “nacionalista” al ver a ese hombre a los ojos. El momento fue corto. Mikhail subió una camioneta azulada y se marchó. Ranjit emprendió la persecución a dos autos de distancia. Si mal no recordaba, esa era el modo de acosar a una mujer que ya te había sacado una orden de restricción.
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Foto extraída de: http://www.hotelclub.com/blog/dhaka-bangladesh/